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Nietzsche y Schopenhauer: una comparación de Volker Spierling.

01/19/1995.
La filosofía de Nietzsche puede leerse también, aunque no exclusivamente, como una confrontación vitalicia con Schopenhauer,

Schopenhauer y Nietzsche comparten por igual el conocimiento del absurdo del mundo, ambos toman partido contra la metafísica tradicional del espíritu, el uno y el otro acentúan la primacía de la voluntad frente al entendimiento, para los dos ocupa el arte un puesto privilegiado. No obstante, median entre ellos diferencias considerables.
Ante todo salta a la vista una coincidencia: el mundo no tiene ningún fundamento divino. Falta el fin divino. Falta Dios como fin. Para Schopenhauer y Nietzsche Dios no es la verdad y la verdad no es divina.

Los dos pensadores se revuelven contra la metafísica tradicional, que concibió al hombre como una especie de ser doble. Según esa metafísica, el hombre como ser racional pertenece al mundo suprasensible y divino, como ser pasional pertenece al mundo sensible, que no «es» verdaderamente. La razón, por rango y por fuerza, es el principio decisivo en el hombre. La parte espiritual
del hombre está llamada a dominar lo sensible, y posee capacidad para hacerlo. Desde la antigüedad el hombre se define como Zoon logon ejon, o, en términos latinos, como animal rationale, es decir, como el ser vivo que está acuñado esencialmente por el lenguaje, la razón y la conciencia. Así se expresa la imagen tradicional del hombre.

Schopenhauer y Nietzsche están anclados todavía en la metafísica tradicional, el primero más que el segundo. Ambos persiguen todavía una interpretación conjunta del ser, buscando su punto de arranque en un principio.
Y este principio es la voluntad. Schopenhauer y Nietzsche ven en la voluntad humana algo que sólo aparentemente está dirigido por la razón. Interpretan la voluntad como impulso ciego, pasión, instinto, inconsciente, esfera irracional.
La vida no ha de explicarse desde el entendimiento, sino desde la voluntad.
Esta es la inversión de la metafísica tradicional que se produce en
Schopenhauer y Nietzsche. Y esa inversión significa también un cambio del concepto de «voluntad». Por «voluntad» ya no se entiende ahora un acto espiritual, una decisión consciente y racional de la acción, ni una razón práctica en el sentido de Kant. El término «voluntad» significa ahora: impulso ciego sin conocimiento.

Schopenhauer, por ejemplo, descubre el «poder secreto» de los motivos inconscientes en el pensamiento y la acción del hombre. Constata que el hombre ni siquiera en su propia conciencia es dueño de sí mismo, contra lo que estaba en uso creer. Hay allí algo inconsciente que actúa dentro de lo consciente, que lo dirige y domina desde su interior.

Por tanto, la voluntad, inconsciente en su mayor parte, controla la conciencia. El amor y el odio falsifican enteramente el juicio. Aquello a lo que se resiste el corazón no tiene entrada en la cabeza. Estos puntos de vista pertenecen a la nueva imagen del hombre que acuña Schopenhauer. De él los toma Nietzsche y los conserva durante toda la vida.

Pero Nietzsche radicaliza los puntos de vista de Schopenhauer. Él socava todo lo que se presenta a la vida como «verdadero», «bueno», «justo» mediante  la sospecha de que esas «cosas ideales» tienen su origen en lo más bajo, en lo «humano y demasiado humano». Intenta descubrir el origen de toda moral a
través de una universal interpretación psicológica. Nietzsche sospecha que el origen de toda moral se halla fuera de la moral. Él quiere mostrar que todos los valores morales no tienen nada que ver con la moral. Las «cosas ideales» -filosofía, religión, moral- son para Nietzsche una «sublime impostura», engendrada por la pasión, el error y el autoengaño. A la necesidad de fe y a la
exigencia de certeza opone Nietzsche la desconjanza. Y así dice: «Tan alto es el grado de filosofía como el grado de desconfianza».

Para Schopenhauer nuestros entendimientos son los que transforman el mundo como voluntad en representaciones, lo invisible en algo visible. Y esto es el mundo como representación.

El móvil principal y fundamental en el hombre, lo mismo que en el animal, es el egoísmo, es  decir, el impulso a la existencia y al bienestar

Schopenhauer está persuadido de que toda vida es sufrimiento. En sus obras pone de manifiesto la negatividad del mundo.

En este lugar Schopenhauer y Nietzsche toman caminos diferentes. Nietzsche acepta la realidad tal cual es. Hace las paces con ella, transformando la visión negativa en otra positiva. Él dice «sí» a la voluntad. Schopenhauer no puede aprobar la realidad tal como es. Él ve una salida en la renuncia, es decir, en la
reducción de los deseos y pasiones, en la disminución de las necesidades. Shopenhauer dice «no» a la voluntad.

Uno de los ataques más fuertes que la pluma de Nietzsche lanza una y otra vez contra la supuesta racionalidad de la voluntad consiste en su afirmación de que no hay ningún «yo». No hay ningún yo que planifique por detrás de las resoluciones y decisiones.

Ya para Schopenhauer el «yo» es una cosa sospechosa. Donde se habla del «yo» nos encontramos con muchas palabras altisonantes, desmesuradas, allí hay mucha pasión en juego, mucha vanidad, allí gobierna el pensamiento emanado del deseo
divisible. Se gloría de haber sido el primero en darse cuenta de que el «yo» no es algo indivisible, de que no es una unidad originaria, sino que consta de dos componentes, a saber, voluntad y conocimiento.

Nietzsche extiende la descomposición schopenhaueriana del concepto del «yo» a todos los grandes conceptos. Al principio de su obra Humano, demasiado humano leemos: Todo lo que necesitamos y se nos puede dar en el estado actual de las ciencias particulares, es una quimica de las ideas y sensaciones morales, religiosas y estéticas, de todos aquellos impulsos que experimentamos en las grandes y pequeñas ocasiones
de la cultura y de la sociedad, lo mismo que en la soledad. ¿Qué pasaría si esta química concluyera con el resultado de que también en esos ámbitos los colores más esplendorosos se han logrado a partir de materias bajas y despreciables?

Él eleva la crítica schopenhaueriana del conocimiento a una crítica del lenguaje; pone la gramática bajo la lupa. No sólo se vuelve contra la fe en las palabras, sino también contra la fe en la gramática. A partir de aquí se hace comprensible ahora cómo Nietzsche llega a la tesis de que el «yo» es algo fingido y a poner esta ficción en relación con la gramática.
La gramática, por razón de su estructura de sujeto, objeto y predicado, induce a componer e interpretar los sucesos como si en el fondo de los mismos hubiera un sujeto, un actor activo que los produce. En el interior de estos sucesos se introyecta la estructura de la gramática.

en sus ataques contra la metafísica tradicional, Nietzsche recurre
entre otras armas a la del análisis del lenguaje. En definitiva, también el concepto schopenhaueriano de voluntad cae víctima de este ataque. Ahora el concepto de voluntad en Schopenhauer es para Nietzsche una palabra vacía.
La voluntad como cosa en sí de Schopenhauer, entendida como unidad metafísica del mundo, aparece ahora como una ficción del lenguaje, como una producción engañosa del lenguaje filosófico. Nietzsche deja en claro que la unidad de la palabra no garantiza la unidad de la cosa.

En el curso de la confrontación con Schopenhauer, Nietzsche habla de la «voluntad de poder». Este término contiene toda una serie de reflexiones críticas, que se dirigen también contra el concepto de voluntad en Schopenhauer.
A diferencia de él, la voluntad de poder ya no es ningún principio metafísico de unidad, sino que significa una pluralidad compleja de fuerzas vitales. Nierzsche recurre a la figura de «puntuaciones de la voluntad», que aumentan o disminuyen constantemente su poder. Voluntad de poder significa querer crecer, querer ser más, querer ser más fuerte, querer ser señor. «La vida misma es voluntad
de poder». La voluntad de poder es el impulso fundamental de la afirmación de la vida, de la voluntad de la vida que engendra y crea eternamente

Así, pues, en cierto sentido el hombre es hecho por la voluntad de poder, es vivido por sus instintos y fuerzas, y es eso siempre e ineludiblemente. Lo decisivo está en si esta voluntad es fuerte o débil. Lo decisivo es si la vida desfallece, si se denigra y desprecia a sí misma, si llega al ocaso o, por el contrario, levanta el vuelo, se afirma, goza su plenitud desbordada, si se incrementa a sí
misma, si se supera, si es capaz de elevarse a un ser superior.
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Nietzsche destaca la decadencia general. Después de la bancarrota de la metafísica, él ve crecer la época del nihilismo como horizonte de los dos siglos próximos. Nihilismo significa, según Nietzsche, que los valores supremos -por ejemplo, Dios, la verdad, el bien- se desvirtúan, sin que a la vez surjan nuevos valores en lugar de los antiguos. En el nihilismo los supremos valores se muestran como lo que fueron siempre: como nada.

Nietzsche denomina «superhombre» al creador de los nuevos valores. El superhombre sirve de imagen para la superación de Dios y de la nada.
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Fuente.

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Arthur Schopenhauer en la wikipedia.

Friedrich Nietzsche en la wikipedia.

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